Lo que crees creas

22/09/2022
Verónica Fernández Pascual

Como muy bien dijo Carl Gustav Jung (1875-1961), médico psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo y fundador de la escuela de psicología analítica, hasta que no tomes consciencia de tu inconsciente, dirigirá tu vida (y le llamarás destino).

Para poder controlar nuestra vida en lugar de que lo haga “el destino”, necesitamos controlar mejor nuestra mente y conocernos mejor a nosotros mismos. Y para poder cambiar los frutos de nuestras acciones, debemos empezar por las raíces del árbol de nuestra vida, que son las creencias.

 

Las creencias son principios o sistemas de pensamientos que asumimos como ciertos sobre determinados sucesos o situaciones sin plantearnos realmente su auténtica veracidad. Surgen como respuesta a determinadas experiencias que vivimos y los conocimientos que vamos adquiriendo desde que nacemos a través de nuestros padres y entorno más cercano, profesores y educadores, amigos o hasta la cultura en la que vivimos y el país en el que nacemos, por ejemplo. Así pues, son los filtros o gafas con los que vemos el mundo, y dependiendo del color de su lente, podemos acceder a posibilidades infinitas que nos hacen crecer (creencias empoderadoras) o bien nos empequeñecen (creencias limitantes). 

 

Esta percepción de nuestro entorno a través de cómo pensamos acerca de lo que nos sucede impacta en todas y cada una de nuestras células a nivel biológico. Cuando recibimos determinadas señales del medio, nuestra mente las interpreta en función de nuestras creencias y pasa el testigo al sistema nervioso, el cual actúa según la información recibida y desencadena cascadas de señales moleculares que llegan a la membrana celular y afectan a su actividad genética, dado que un mismo gen puede dar lugar a diversas variantes en función de las órdenes que recibe. Estos mecanismos nos benefician como individuos y como especie, dado que hacen que nuestra biología reaccione al medio ambiente en el que vive para adaptarse lo mejor posible a él (como dijo el naturalista Herbert Spencer, 1820-1903, en 1864 y que luego adoptó el famoso naturalista inglés Charles Darwin, padre de la teoría de la selección natural, en la frase “sobreviven los más aptos”).

 

Una de las comprobaciones más acertadas sobre el poderoso efecto de las creencias en nuestra biología es el conocido como efecto Placebo, como muy bien ilustra Joe Dispenza en su libro “El placebo eres tú: Cómo ejercer el poder de la mente” (2014), y que también puedes estudiar en “El Código Curativo” (Alex Loyd y Ben Johnson, 2010). El efecto Placebo fué descubierto por el psicólogo y farmacólogo francés Émile Coué (1857-1926) y consiste en el conjunto de efectos que tiene en nuestra salud la toma de una sustancia que creemos que es una medicina o medicamento, y que realmente no lo es (y no sabemos que no lo es). Para ello el paciente se toma la sustancia placebo (muchas veces consiste en una simple dilución de azúcar o infusiones) en la misma forma y aspecto que el medicamento de verdad, y su creencia y fe de que es el medicamento verdadero reflejan un cambio positivo en su salud. Los placebos se usan en los experimentos y ensayos científicos para comprobar la efectividad de un nuevo fármaco, y de hecho los médicos que lo administran tampoco son conscientes de cuál de los dos tipos de fármacos están suministrando (este proceso se conoce como “doble ciego”, dado que tanto el médico como el paciente desconocen qué están recetando o tomando). De este modo se analiza si el nuevo fármaco tiene realmente mayor actividad que el placebo (en este caso se sigue con la investigación en curso) o no (y en este caso la investigación se cierra y se sigue por otra vía). En algunos casos hasta se usa el placebo como terapia propiamente dicha, si puede ser útil como psicoterapia y no existan tratamientos farmacológicos para el trastorno a tratar. Asimismo existe el efecto Nocebo, que es el opuesto al efecto placebo, es decir, los pacientes experimentan síntomas negativos después de tomar un placebo. Por ejemplo se puede dar cuando a los pacientes se les informa de la posible experimentación de efectos secundarios en respuesta a la terapia, y con ello desarrollan una actitud negativa hacia la toma del medicamento que da lugar a la aparición de dichos síntomas indeseados sin causa farmacológica aparente. 

 

A nivel conductual y conectado con el efecto placebo encontramos el efecto Pigmalión o de profecía autocumplida, en el cual nuestras altas expectativas sobre alguien (incluidos nosotros mismos) provocan que esa persona mejore más en su desempeño de lo que se esperaría por sus propias capacidades. Y el efecto nocebo tiene paralelismos con el efecto Golem, en el cual tener bajas expectativas sobre alguien desemboca en un peor desempeño de lo esperado. El efecto Pigmalión y Golem pueden tener muchas repercusiones en la relación con nuestros hijos (padres-hijos), la enseñanza (profesores-alumnos), la gestión de equipos (líderes-subordinados) y hasta… ¡en nuestra autoestima y éxito personales!

 

Bien podemos decir, viendo estos ejemplos, que creer es crear.

 

Verónica Fernández Pascual (Manresa, 1980) Doctora en Biología Molecular, Terapeuta Sintergética, Maestra de Reiki y Mentora Moon Mother, así como Mentora Profesional Experta certificada y directora del Área de Salud de la Red Global de Mentores. Su pasión por la divulgación de los puentes existentes entre ciencia y crecimiento personal y espiritual la llevó a crear y organizar la primera y segunda Cumbres Virtuales Crecimiento con Conciencia (enero y noviembre 2018), que llegaron a más de 10.000 personas de todo el mundo y reunieron en total a más de 60 expertos que mostraron cómo los nuevos paradigmas de la ciencia pueden cambiar la visión de nuestra realidad para, con ello, cambiar nuestro mundo. Es autora del libro “Crecimiento con Conciencia”, de Tarannà Edicions.