Leer, como escribir, ya es cosa de valientes
Para muchos leer es tan una necesidad, que si fuera prohibido, nos iban a salir pústulas al cuerpo y bilis por la boca. Nos es indispensable para no perdernos, porque algunas heridas no acaban nunca de cicatrizar, y lo que tratamos de hacer tragando libros es poner una tirita tras otra, a ver si así duelen menos algunas aristas de la realidad. Después de todo, nos permite estar a pie de escena, y esto, en tiempos líquidos, es a menudo un acto de gran valentía.
Para otros, quizás menos aventureros, leer llega sólo en ese momento de urgencia de cuando un conflicto desmedido atrapa. Entonces da igual qué lectura te acompañe, porque lo que buscas es no perder del todo el aliento que te queda. Y aquí tiras de cualquier prosa que te devuelva el irreductible ansia por la vida, que es lo que marca la diferencia.
Por eso ahora que escribo sobre el escribir no puedo evitar recordar con dulce nostalgia aquellos libros en el bidé del lavabo de mis tíos. Lo que entonces me parecía blasfemo, que es unir literatura, la que sea, con el hecho escatológico, ahora me parece una manera descomplejada de acercarse a ese pedazo de vida que un autor desconocido ha querido compartir contigo.
Hace tiempo que he dejado de hacerme el harakiri desterrando de las baldas literaturas que llaman “menores”. Ahora más que nunca me merece respeto tener el coraje de hacer el acto audaz que comporta poner en papel o en pantalla lo que uno piensa, oye, cree o ve.
Si sólo me permito renegar de algo por estas fechas es de la “literatura de mierda” que sale a pasear demasiado a menudo con más pompa de la que debería.
A mí si me tienen que encontrar, que sea bailando en la cuerda floja donde se balancean los que quieren narrar historias sin pensar en quién los leerá, mientras desnudan el alma que les quema.
Sant Jordi 2025