Enfermos de escribir
Véame, finalmente, en la nieve, en el sol,
una vez más en un sanatorio.
Quiero dejarme quince días en la habitación.
Siempre comienzan por ahí.
"Las voces de la enfermedad", Paul Éluard, 1933
La tisis inspiró La montaña mágica de Thomas Mann y La traviata de Guiseppe Verdi. Enfermo de tuberculosis escribió Franz Kafka, pero también John Keats, Simone Weil y las hermanas Brönte, y más cerca al poeta Màrius Torres. Susan Sontag habló de la enfermedad y sus metáforas con la voluntad de reflexionar sobre los prejuicios y eufemismos que rodean ciertos diagnósticos.
El efecto terapéutico que tiene la escritura se relaciona con liberar emociones, reflexionar sobre pensamientos y sanar heridas abiertas a ver y aprender a cicatrizar. Tiene que ver con el intento de entender la psique humana cuando parece que algo muy profundo ha dejado de tener sentido y no conseguimos comprenderlo.
Desde tiempos inmemoriales, es liberador dar cuerpo, a través de un imaginario más o menos ficticio, a una situación interior que se siente incomprensible y nos hace sufrir. Y es que un trabajo de creación, cualquiera que sea su formato, es la cara visible de lo que nos pasa dentro, incluso cuando no queremos verlo. Ya lo decía Marguerite Duras con su contundencia habitual: "Escribir tiene que ver con lo que ni siquiera el autor conoce de sí mismo".
Quién sabe si por eso la enfermedad, con el cambio de reglas de juego que impone en casi todos los aspectos de la vida, se convirtió en estos grandes escritores en la gran invitación que necesitaban para mirarlo todo de nuevo como si fuera la primera vez y recuperar aquella mirada infantil que te hace hacerte las preguntas más sencillas, cuándo, etc, dónde.
Y quién sabe si también por eso, habiendo descubierto el poder sanador de las palabras, llegaron a poetizar experiencias tan duras que a cualquiera de nosotros nos habrían hundido. “Y atravesada en medio de la frente la punta de la gran aguja de hierro”, escribía Franz Kafka en el relato En la colonia penitenciaria mientras unas terribles cefaleas de uva le paralizaban de dolor.
Dejemos, pues, que lo que no conocemos de nosotros mismos se conviertan en letras sobre una hoja blanca en la que leernos y entendernos un poco más a nosotros ya los demás.
Dejémonos embriagar por las palabras, que, como decía Rudyard Kipling, "son la droga más potente que ha inventado la humanidad".
Gemma Garrigosa
(Autora de “Recuperar el poder perdido”, publicado en esta editorial)